24.11.09

Bar Las Flores

Es de poco hombre pedir fainá del medio.

15.11.09

Quince flores nuevas

La fiesta tenía su origen en ella, la niña de blanco, esa a la que le harían un cortejo y le cantarían Quince Primaveras. Su deseo de fiesta y de vals se había gestado a lo largo de los años, gracias a los relatos de su madre que solía evocar su propia fiesta de 15, cuando todavía le brillaban los ojos. En cada recuerdo, Madre solía agregar un dato, una pincelada más para resaltar lo que había sido la noche en que el hada madrina la había sacado de la vida de monoblock para depositarla en el mundo de la realeza.

Hija Quinceañera tenía su origen en esa que no fue princesa, que se casó con un vecino con el que soñaron salir de la colmena de cemento. Ese vecino era el que consiguió ese puesto administrativo que le daba la tranquilidad de un empleo para toda la vida, la base para progresar y comprarse una casa, que a su vez era garantía de vivir sin nadie haciendo ruido en el techo o sin preocuparse de arrastrar un mueble porque al vecino de abajo le molestaba.

La llegada de Hija demoró unos años, los suficientes para que el espermatozoide se formara en una silla de escritorio, entre tejidos adiposos y sedentarismo mental. El mismo tiempo le llevó al óvulo convencerse de que si no pensaba en que seguía lejos de la realeza, estaría más cerca de lograrla. Ese espermatozoide y ese óvulo se fusionaron con expectativas incluidas, con sueños de hija enfermera, deseos de un yerno de buen pasar y cuatro nietos.

Esta noche, 15 años después, Madre vuelve a sentirse princesa. Padre, mientras mastica con la boca abierta, controla que los mozos sirvan suficientemente a su jefe. Hija, sin notarlo, comienza a despreciarlos.