18.5.10

Tres clases de moral y buenas costumbres

ζ) Drogas
Éramos siete, incluido un niño de 6 años. Íbamos en ómnibus a la Costa de Oro con un espíritu digno de estudiantina. Al coche subieron otras personas, la mayoría de los asientos se ocuparon y el pasillo quedó vacío. Nosotros viajábamos en el fondo, intercambiando desafíos de fútbol y naipes; amenazándonos mutuamente con derrotas humillantes.
Dos muchachos se subieron. Llevaban chalecos de un centro de rehabilitación de adictos. Uno de ellos quedó adelante junto al chofer, y el otro se puso a repartir volantes entre los pasajeros. Ninguno de nosotros tomó el papelito que el muchacho ofreció: estábamos conversando. El rehabilitado que estaba adelante comenzó a hablar de las maravillas de la obra a la que pertenecían, de cómo los había rescatado de las garras de los peores vicios. Repetía mucho la palabra “droga”, como una entelequia satánica. También abusó de la palabra “niños”. Su compañero se quedó parado cerca nuestro; nos miraba fijo. Su actitud pretendía ser intimidante, la tensión se acumulaba en su mandíbula y sus ojos buscaban los nuestros ojos como sabuesos.
Rehabilitado del frente seguía hablando: “Drogas”, “niños”, “milagro”, “drogas”, “dios”, “colaboración”, “drogas”, “rehabilitación”, “niños”, mientras nosotros cargábamos 5 litros de vino y porro como para que dos jamaiquinos vivieran una semana. Rehabilitado del fondo continuaba con la actitud hostil. Su mensaje era claro: “Subimos a hablar, escúchennos, respétennos”. El nuestro, de apariencia más egoísta, era muy similar: “También estamos hablando”.

λ) Caramelos
Mismo viaje, kilómetros más adelante: “Señoras y señores pasajeros, no vengo acá con una historieta sobre mis hijos y que tengo que llevar el pan a mi casa”, comenzó el mensaje del vendedor. “No voy a pedirles que me paguen esto de acuerdo a lo que dicte su corazón o su bolsillo”. Hacía referencia a los discursos de otras personas que igual que él suben a los ómnibus a ofrecer distintos artículos o a pedir limosna y dicen: elprecioloponenustedes,concadabolsillo,concadacorazón.
“Ustedes deben estar hartos de que les mientan y no es mi idea. Yo vendo inciensos, es una mercadería. Ustedes la ven y si quieren compran” agregó, mientras comenzaba a avanzar por el pasillo repartiendo las cajitas con 10 varitas cada una.
La estrategia del tipo era sencilla y mezquina. Hablaba mal de los demás, ubicándose en el lugar del pasajero que está harto de que suban a mangarlo. Él era un comerciante, un igual a las personas que pagaron el boleto y cotidianamente “sufren” a otros personajes que suben al ómnibus con sus mismas intenciones que él. En su discurso, los otros eran limosneros o, cuando menos, comerciantes que no igualan su nivel de honestidad. Los otros no formaban parte del “nosotros” que él creaba.
Pocos aceptaron las cajitas de inciensos “para mirarlas sin compromiso”, ninguno de nuestro grupo de viajeros. “Gracias a los que tomaron la cajita y a los que no, reflexionen sobre su conducta, que tienen muchas cosa que yo quisiera tener y sin embargo estoy acá blablablabla.” Ahora el vendedor ya no se ubicaba en el lugar de los pasajeros, se paraba más arriba. Dictaba cátedra de moral, nos reprochaba; buscaba nuestra culpa. A tomar por culo.

ώ) Tetas
Sol, faso, vino, pizza a la parrilla, morrones rellenos, calabacín agridulce a las brasas, naipes y fútbol, una jornada altamente recomendable. Suena el celular. “Holaaaa” dice una a la que se le dio por llamarme cada vez que se toma media copa de más. Me contó que la noche anterior había salido con un tipo que le había pintado el cuerpo con helado y M&M, que él le había recorrido la piel, la había tocado, la había olido. “Cogimos muy bien”, dijo. Le daba miedo que él pasara a ser importante, que ella se volviera insegura (“justo ahora que estoy sintiéndome bien conmigo”). La charla siguió. En algún momento le hablé de sus tetas, capaces de alimentar una tropa. Se ofendió. “Yo te recuerdo como un gran amor y vos a mí como un par de tetas y unos buenos polvos”, fue el reproche.
Traté de hacerle entender que lo importante no es el porqué sino el qué. En definitiva la recordaba gratamente, formaba parte de mi memoria, de mi experiencia de vida y de mis emociones pasadas. ¿A qué se debía eso? Tanto daba. ¿Por qué vale menos el recuerdo físico que el emotivo? Pero no hubo caso, no entró en razón y cuando le pedí una foto de su escote, me trató de guarango y cortó.

2 comentarios:

Mary Queen dijo...

Las 2 primeras partes me suenan jejejejejj

Rodrigo Vagoneta dijo...

Mácula, qué placer leer estas historias, por favor seguí con el blog! Tiene futuro en Europa, dicen.