Tenía una sonrisa que buscaba camuflar la certeza del infortunio, de que las estrellas no se alinearon y que Júpiter y Venus ni se vieron. Depositaba ilusiones en un tipo que estaba quebrado y ni por consuelo la buscaba: acudía a ella cada tres o cuatro semanas, como para conectarse a un respirador. Pero el aire que le daba no bastaba. Rápidamente su presencia pasaba a ser una molestia que terminaba cuando él decidía usarle y abusarle el cuerpo. En ese lugar estaba.
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