12.1.11

Citas Gratuitas: Albert Hofmann

-Aparte de un interrogante filosófico, la felicidad es un problema que atrae la atención general de la gente.
-Porque todos la buscan como el fin principal de la vida. El verdadero problema es que tenemos conceptos diferentes de ella. Yo creo que se pueden distinguir en la historia del hombre dos grandes vías para la búsqueda de la felicidad: la espiritual del ser y la material del tener. La civilización occidental ha seguido la segunda vía, que ha acabado por empujar al hombre al consumismo de masas, al individualismo egoísta, a la desenfrenada búsqueda del enriquecimiento personal y del bienestar puramente material, con las consecuencias negativas que conocemos.

-Parece una dinámica sin salidas posibles…

-Pero ¿no se dan cuenta de que precisamente esta dinámica, acelerada en el mundo occidental por la infernal sinergia de economía, industria y técnica, acabará por arrastrar al hombre cada vez más lejos de sus orígenes naturales?

-¿Y qué alternativas habría?

-Tengo la profunda convicción de que el hombre sólo puede hallar su felicidad volviendo a unas condiciones de vida lo más naturales posibles. Pienso, por tanto, que en todo lo que se hace hoy en el plano económico, social y político habría que preguntarse cada vez, antes de pasar a su realización, si contribuye verdaderamente a la felicidad del hombre entendida en ese sentido. He aquí la cuestión fundamental para mí, aquella de cuya solución dependen todas las demás.

El dios de los ácidos. Conversaciones con Albert Hofmann. Ed. Siruela. 2008

29.8.10

Elegancia

Se decidieron con una mirada. Ella agarró la bata de baño y se la puso lenta frente al espejo, mirándose detenidamente de un perfil y del otro, prestando atención a que no quedara arrugada cuando ató el cinturón. En todo ese tiempo él sólo dobló unas hojas de diario y las puso dentro de sus mocasines. Luego se calzó. Le daba pudor salir a la calle descalzo. Tomados del brazo, caminaron algunas cuadras. En una esquina frenaron. Ella pisó la palanca que para abrir el contenedor. Él se puso a hurgar.

13.8.10

Desnudos

Ella se desvistió y se metió a la cama, de espaldas a él. Todo fue mecánico, aséptico, sin palabra ni gesto. Ella se desnudó. Él no miró. Conscientes, se durmieron en silencio, sin una lágrima.

22.7.10

Frases fuera de contexto (de una prueba de sonido)

-¿Vamos primero con la izquierda?

-Se me trancan dos teclas.

-Yo estoy bien.

-A mí me gusta más fuerte.

Pregunta: ¿Está Plana?
Respuesta: Casi, bajé los medios

-Cuando suene todo, capaz se pierde.

Diágolos porteños oídos al pasar

Florida y Córdoba. Mediodía soleado.
Policía 1: Es la tercera vez que viene esta semana a vender lo mismo.
Policía 2: …
Policía 1: Si sigue viniendo le voy a tener que decir que venga menos o que no venga más. Pero si le digo eso o le saco las cosas ¿de qué va a vivir?
Policía 2: …


Corrientes y Uruguay. Atardecer frío.
Mujer aparentemente de cincuenta y poco: Mañana no te olvides de sacarme eso.
Mujer aparentemente veinteañera: Dale. Mandale un beso a papá.
Mujer aparentemente de cincuenta y poco: Chau belleza.

18.5.10

Tres clases de moral y buenas costumbres

ζ) Drogas
Éramos siete, incluido un niño de 6 años. Íbamos en ómnibus a la Costa de Oro con un espíritu digno de estudiantina. Al coche subieron otras personas, la mayoría de los asientos se ocuparon y el pasillo quedó vacío. Nosotros viajábamos en el fondo, intercambiando desafíos de fútbol y naipes; amenazándonos mutuamente con derrotas humillantes.
Dos muchachos se subieron. Llevaban chalecos de un centro de rehabilitación de adictos. Uno de ellos quedó adelante junto al chofer, y el otro se puso a repartir volantes entre los pasajeros. Ninguno de nosotros tomó el papelito que el muchacho ofreció: estábamos conversando. El rehabilitado que estaba adelante comenzó a hablar de las maravillas de la obra a la que pertenecían, de cómo los había rescatado de las garras de los peores vicios. Repetía mucho la palabra “droga”, como una entelequia satánica. También abusó de la palabra “niños”. Su compañero se quedó parado cerca nuestro; nos miraba fijo. Su actitud pretendía ser intimidante, la tensión se acumulaba en su mandíbula y sus ojos buscaban los nuestros ojos como sabuesos.
Rehabilitado del frente seguía hablando: “Drogas”, “niños”, “milagro”, “drogas”, “dios”, “colaboración”, “drogas”, “rehabilitación”, “niños”, mientras nosotros cargábamos 5 litros de vino y porro como para que dos jamaiquinos vivieran una semana. Rehabilitado del fondo continuaba con la actitud hostil. Su mensaje era claro: “Subimos a hablar, escúchennos, respétennos”. El nuestro, de apariencia más egoísta, era muy similar: “También estamos hablando”.

λ) Caramelos
Mismo viaje, kilómetros más adelante: “Señoras y señores pasajeros, no vengo acá con una historieta sobre mis hijos y que tengo que llevar el pan a mi casa”, comenzó el mensaje del vendedor. “No voy a pedirles que me paguen esto de acuerdo a lo que dicte su corazón o su bolsillo”. Hacía referencia a los discursos de otras personas que igual que él suben a los ómnibus a ofrecer distintos artículos o a pedir limosna y dicen: elprecioloponenustedes,concadabolsillo,concadacorazón.
“Ustedes deben estar hartos de que les mientan y no es mi idea. Yo vendo inciensos, es una mercadería. Ustedes la ven y si quieren compran” agregó, mientras comenzaba a avanzar por el pasillo repartiendo las cajitas con 10 varitas cada una.
La estrategia del tipo era sencilla y mezquina. Hablaba mal de los demás, ubicándose en el lugar del pasajero que está harto de que suban a mangarlo. Él era un comerciante, un igual a las personas que pagaron el boleto y cotidianamente “sufren” a otros personajes que suben al ómnibus con sus mismas intenciones que él. En su discurso, los otros eran limosneros o, cuando menos, comerciantes que no igualan su nivel de honestidad. Los otros no formaban parte del “nosotros” que él creaba.
Pocos aceptaron las cajitas de inciensos “para mirarlas sin compromiso”, ninguno de nuestro grupo de viajeros. “Gracias a los que tomaron la cajita y a los que no, reflexionen sobre su conducta, que tienen muchas cosa que yo quisiera tener y sin embargo estoy acá blablablabla.” Ahora el vendedor ya no se ubicaba en el lugar de los pasajeros, se paraba más arriba. Dictaba cátedra de moral, nos reprochaba; buscaba nuestra culpa. A tomar por culo.

ώ) Tetas
Sol, faso, vino, pizza a la parrilla, morrones rellenos, calabacín agridulce a las brasas, naipes y fútbol, una jornada altamente recomendable. Suena el celular. “Holaaaa” dice una a la que se le dio por llamarme cada vez que se toma media copa de más. Me contó que la noche anterior había salido con un tipo que le había pintado el cuerpo con helado y M&M, que él le había recorrido la piel, la había tocado, la había olido. “Cogimos muy bien”, dijo. Le daba miedo que él pasara a ser importante, que ella se volviera insegura (“justo ahora que estoy sintiéndome bien conmigo”). La charla siguió. En algún momento le hablé de sus tetas, capaces de alimentar una tropa. Se ofendió. “Yo te recuerdo como un gran amor y vos a mí como un par de tetas y unos buenos polvos”, fue el reproche.
Traté de hacerle entender que lo importante no es el porqué sino el qué. En definitiva la recordaba gratamente, formaba parte de mi memoria, de mi experiencia de vida y de mis emociones pasadas. ¿A qué se debía eso? Tanto daba. ¿Por qué vale menos el recuerdo físico que el emotivo? Pero no hubo caso, no entró en razón y cuando le pedí una foto de su escote, me trató de guarango y cortó.

4.4.10

Cabalgata

Una pareja copó mi mirada. Ella sentada a horcajadas sobre él, que me daba la espalda. Mientras su lengua jugueteaba con un lóbulo, la chica se dio cuenta que los observaba. El efecto fue catalizador y duplicó su lascivia: le susurraba cosas en la oreja, le mordisqueaba el cuello, le clavaba las uñas en la espalda, todo sin quitar sus ojos de los míos. Exhibicionismo dedicado personalmente y ofrecido por sus propios dueños.
Su mirada, la desproporcionada provocación, la forma en que le agarraba el pelo, todo acentuaba el calentamiento global, daba fiebre. Un globo sobre su cabeza hubiera dicho “soy la peor, la más puta, puedo jugar con él para calentarte a vos, pero también para decírselo y que se caliente él, o que se ponga celoso y yo goce con los celos del necio, con el desconcierto del macho dominante, indestructible, que choca con su propia falacia”.
O tal vez su cabeza navegaba otras cascadas, surgidas de la seguridad de ser seductora, de la certeza de estar logrando que se me inflamara la poronga.
Me puse a buscar la salida del boliche. A mis espaldas, ella se iba desmontando.