4.4.10

Cabalgata

Una pareja copó mi mirada. Ella sentada a horcajadas sobre él, que me daba la espalda. Mientras su lengua jugueteaba con un lóbulo, la chica se dio cuenta que los observaba. El efecto fue catalizador y duplicó su lascivia: le susurraba cosas en la oreja, le mordisqueaba el cuello, le clavaba las uñas en la espalda, todo sin quitar sus ojos de los míos. Exhibicionismo dedicado personalmente y ofrecido por sus propios dueños.
Su mirada, la desproporcionada provocación, la forma en que le agarraba el pelo, todo acentuaba el calentamiento global, daba fiebre. Un globo sobre su cabeza hubiera dicho “soy la peor, la más puta, puedo jugar con él para calentarte a vos, pero también para decírselo y que se caliente él, o que se ponga celoso y yo goce con los celos del necio, con el desconcierto del macho dominante, indestructible, que choca con su propia falacia”.
O tal vez su cabeza navegaba otras cascadas, surgidas de la seguridad de ser seductora, de la certeza de estar logrando que se me inflamara la poronga.
Me puse a buscar la salida del boliche. A mis espaldas, ella se iba desmontando.

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