El pueblo se fundó alrededor de la ruta. Los ómnibus de la Onda necesitaban una escala para cargar combustible cuando el viaje era largo. Por eso se hizo la estación de nafta y unos días después el almacén y bar, fruto de la gran intuición comercial del Boina Martínez, primer empleado de la estación y primer renunciante también. El Boina comprendió al llenar el tanque del segundo coche que se detuvo, que los pasajeros necesitaban ir al baño. Y si bien los hombres se arreglaban en cualquier pastizal, las mujeres necesitaban otro tipo de instalaciones. Por eso el Boina puso un almacén y bar con baño.
En realidad, por una cuestión de urgencias, primero hizo dos pozos y los rodeó con unos tablones. Después se instaló con una carpa de lona. Vendía porciones de perdiz, liebre o cualquier cosa que pudiera cazar por la zona y hacer a las brasas o a la llama. A los choferes los invitaba y terminó haciendo amistad con más de uno. Ellos le fueron trayendo, en los huecos de la bodega, los ladrillos para que pudiera ir creciendo el negocio. Le fue tan bien que en dos años tenía su casa -una gran habitación con un brasero en el centro- y los pozos se volvieron cuatro: uno para él, uno para los conductores, uno para los pasajeros y otro para las pasajeras. Los cuatro pozos tenían pared de ladrillo y techo de zinc. Salvo el de pasajeros, los otros tres tenían papel de estraza y de diario, prolijamente recortados.
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4 comentarios:
bueno, del folletín a la telenovela, el suspenso opera sin tregua... avisá cuando la segunda entrega
ah, imagino que ya despediste al diseñador de interiores de tu blog... seguro es el mismo que te vendió el celular...:P
Brasas.
You are welcome.
se agradece, se corrigió.
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